

Raimundo de Trípoli, como regente, casó a Sibila con Guillermo de Monferrato en otoño de 1176, y se les dio el título de condes de Jaffa y Ascalón. Pero éste murió al año siguiente, dejando a Sibila embarazada del futuro Balduino V de Jerusalén.

En 1176 Reinaldo de Chatillon había sido liberado de su cautividad en Alepo, entonces Balduino le hizo señor de Kerak, una fortaleza sobre el mar Muerto.

Balduino había salvado su reino con la astucia y habilidad de un gran gobernante, por ello fue recibido triunfalmente en Jerusalén. Fue la última gran batalla ganada por los cruzados en Tierra Santa antes de la capitulación de Jerusalén, recordada como la batalla de Montgisard.
En 1179 se libró la Batalla del Vado de Jacobo, el rey Balduino IV de Jerusalén y los Caballeros Templarios iniciaron la construcción del castillo de Chastellet en el Vado de Jacobo (el tamaño que iba a establecerse para el castillo era rival al del Krak de los Caballeros) el único lugar de cruce del río Jordán y la carretera principal entre el Imperio de Saladino y el Reino de Jerusalén. El castillo estaba a sólo un día de marcha de Damasco, la capital de Saladino, y esto socavaba

En el verano de 1180, Balduino IV casó a Sibila con Guido de Lusignan, hermano del condestable Amalarico de Lusignan. Guido se había aliado con Reinaldo, el cual aprovechaba ahora su posición para atacar las caravanas comerciales entre Egipto y Damasco. Después de que Saladino respondiese a estos ataques, Balduino nombró a Guido regente del reino.
Pero en 1183, Balduino estaba descontento con las acciones de Guido como regente, y terminó por destituirlo, por lo que éste se retiró a Ascalón con su mujer, la princesa Sibila.


Los años y la enfermedad hicieron estragos en su condición física: apenas con 20 años, el Rey presentaba graves secuelas físicas, su cara estaba desfigurada, se encontraba prácticamente ciego y con las manos y piernas mutiladas. Ocultaba su terrible estado físico con una máscara de plata. Balduino murió en 1185, poco después de su madre Inés. Aunque había sufrido toda su vida los efectos de la lepra, pudo mantenerse en el trono mucho más de lo previsto. Le sucedió Balduino V, tal y como se había decidido, con Raimundo de Trípoli como regente.

El Imad de Isapahán escribió: «ese joven leproso hizo respetar su autoridad al modo de los grandes príncipes como David o Salomón». Su estoica y dolorosa figura, tal vez la más noble de las Cruzadas, símbolo de heroísmo en la frontera de la santidad, ha sido víctima de un injusto olvido histórico.
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