Nos dirigimos, ante todo, a aquellos que con inteligencia rechazan su propia voluntad y desean de todo corazón servir a su rey soberano como caballeros; llevar con toda el alma, y permanentemente, la muy noble armadura de la obediencia. Para ello, os invitamos a seguir a los elegidos por Dios de entre la masa de perdición y a quienes ha dispuesto, por su inabarcable misericordia, para defender la Santa Iglesia, y que vosotros deseáis abrazar por siempre.
Por encima de todo, quien desee ser caballero de Cristo, escogiendo estas sagradas órdenes en su profesión de fe, debe contar con una actitud sencilla y firme perseverancia, tan valiosa y sagrada y se revela tan noble que, si se mantiene impoluta para siempre, merecerá formar con los mártires que dieron sus almas por Cristo. En esta orden religiosa ha florecido y toma vida nueva la orden de caballería. La caballería, a pesar del amor por la justicia que es la base de sus obligaciones, no cumplió con ella, defendiendo a los pobres, viudas, huérfanos e iglesias, sino que se aprestaron a destruir, robar y matar. Dios que actúa a nuestro modo y nuestro salvador Cristo Jesús han enviado a sus fieles desde la ciudad Santa de Jerusalén a los bastiones de Francia y Borgoña, para nuestra salvación y enseñanza de la verdadera fe, pues no cesan de ofrecer sus vidas por Dios, en piadoso sacrificio. Por eso, en completa alegría y fraternidad, por encargo del Maestre Hugo de Payens, que fundó la mencionada orden de caballería por gracia del Espíritu Santo, nos reunimos en Troyes, de entre varias provincias ultramontanas, en la fiesta de San Hilario, en el año 1128 de la encarnación de Cristo Jesús, noveno año tras la fundación de la antes citada orden de caballería. Hemos escuchado en capítulo común de labios del anteriormente citado Maestre, Hermano Hugo de Payens cosas sobre la conducta e inicios de la Orden de Caballería; y de acuerdo con las limitaciones de nuestro entendimiento, alabamos lo que nos pareció correcto y beneficioso, y rechazamos lo que nos pareció equivocado.
No se puede contar y relatar todo lo que aconteció en aquel Consejo; y para que no sea tomado a la ligera, sino considerado con sabia prudencia, lo dejamos a la discreción de ambos, de nuestro honorable padre Honorio y del noble Patriarca de Jerusalén, Esteban, quien conoce los problemas del Este y de los Pobres Caballeros de Cristo; por consejo del concilio común lo aprobamos unánimemente. Aunque un gran número de piadosos padres reunidos en capítulo aprobó la veracidad de nuestras palabras, sin embargo no debemos silenciar lo que verdaderamente dijeron y los juicios que emitieron.
Yo, Juan Miguel, a quien se ha encomendado y confiado esta divina misión, por la gracia de Dios, he servido de humilde escribano del presente documento por orden del consejo y del venerable padre Bernardo, abad de Claraval.
He aquí los nombres de los Padres que asistieron al Concilio.
Presidió Mateo, obispo de Albano, por la gracia de Dios legado de la Santa Iglesia de Roma; Reinaldo, arzobispo de Reims; Enrique, arzobispo de Sens y su dependiente Gocelin, obispo de Soissons; el obispo de París; el obispo de Troyes; el obispo de Orleans; el obispo de Auxerre; el obispo de Meaux; el obispo de Chalons; el obispo de Laon; el obispo de Beauvais; el abad de Vèzelay, quien posteriormente fue arzobispo de Lyon y legado apostólico; el abad de Cîteaux; el abad de Pontigny; el abad de Trois-Fontaines; el abad de Saint Denis de Reims; el abad de Saint Etienne de Dijon; el abad de Molesmes; el antes citado Bernardo, abad de Claraval, cuyas palabras el anteriormente mencionado alabó francamente. También estuvieron presentes Maese Aubri de Reims; Maese Fulcher y varios otros que sería largo de contar. Y de los que no se han mencionado, es importante en este punto resaltar a los que son amantes de la verdad: nos referimos al conde Teobaldo; al conde de Nevers; a Andrés de Baudemant. Estuvieron en el concilio y trabajaron con honesto proceder, con trabajado y cuidadoso estudio, subrayando lo correcto y desechando lo que no les parecía oportuno.Estaba también presente el Hermano Hugo de Payens, Maestre de Caballería, con algunos de los hermanos que le acompañaron. Estos eran Frey Rolando, Frey Godefroy, Frey Geoffroy Bisol, Frey Payen de Montdidier, Frey Archambaut de Saint-Amand. El propio Maestre Hugo y sus seguidores antedichos, hablaron sobre las costumbres y observancias de sus humildes comienzos y uno de ellos les habló de aquel que dijo: “Yo que os hablo soy el principio” según mi personal recuerdo.
Quiso el concilio que las deliberaciones se hicieran allí, y el estudio de las Sagradas Escrituras, que se examinaron profundamente, con el saber de mi señor Honorio, Papa de la Santa Iglesia de Roma y del Patriarca de Jerusalén y en conformidad con el capítulo. Juntos, y de acuerdo con los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén, se deben poner por escrito para que no se olviden y ser celosamente guardadas de tal forma, para una vida de observancia que se pueda referir a su creador; más dulce que la miel en acuerdo con Dios; cuya piedad parece óleo, y nos permite ir hacia Él a quien deseamos servir. Por los siglos de los siglos. Amen
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