sábado, 3 de enero de 2015
Frases de Santa Gema Galgani
“Un día, después de la sagrada comunión, pregunté a Jesús por qué no me llevaba al Paraíso: ‘Hija mía – me contestó -, porque en el tiempo de tu vida te daré muchas ocasiones de mayor mérito, redoblando en ti el deseo del Cielo y soportando tú con paciencia la vida’.”
Hablando del día de su primera comunión:
“Jesús se dejó sentir en mi alma de una manera muy fuerte. Comprendí entonces que las delicias del Cielo no son como las de la tierra. Me sentí presa del deseo de hacer continua aquella unión entre Jesús y yo. Cada vez me sentía más cansada del mundo y más dispuesta para el recogimiento. Fue esa misma mañana cuando Jesús me dio deseos de ser religiosa.
Antes de salir del convento hice por mi cuenta algunos propósitos para regular mi vida:
1° Me confesaré y comulgaré cada vez como si fuera la última
2° Visitaré a menudo a Jesús Sacramentado, en especial cuando me viere afligida.
3° Me prepararé para las fiestas de la Virgen con alguna mortificación y todas las noches pediré la bendición a la Madre del cielo.
4° Caminaré siempre en le presencia de Dios.
5° Cada vez que oiga sonar el reloj repetiré tres veces ‘Jesús mío, misericordia’.
“Dios mío – escribía arrobada de nuevo en éxtasis – haz un manojo de mis perversas inclinaciones y acércalo a tu Corazón, para que con el fuego de tu amor se consuma. Bien sé, Dios mío, que no soy digna de tanta solicitud, pero pondré especial empeño en domar mis pasiones; te prometo no acercarme a tu Mesa sin haberme antes vencido a mí misma”
“Un día, bien lo recuerdo, me regalaron un reloj con cadena de oro; yo, vanidosa como era, no veía el momento de lucirlo, saliendo fuera con él… Salí, en efecto, pero al volver e ir a desnudarme vi a un Ángel – que ahora conozco era el mío – que me dijo muy serio: ‘Recuerda que los preciosos arreos que han de hermosear a una esposa del Rey crucificado no pueden ser otros que las espinas y la cruz’. Reflexionando sobre tales palabras, formulé este propósito: por amor de Jesús y para agradarle únicamente a Él, jamás llevaré ni hablaré de cosas de vanidad. Tenía también un anillo en el dedo; me lo quité y nunca más lo he vuelto a llevar.”
Pidiendo por un pecador:
“Jesús, ya que has venido, vuelvo a suplicarte por mi pecador. Es hijo tuyo y hermano mío, sálvalo, Señor”…. El Señor, queriendo obrar como justo juez, se oponía a las recomendaciones de su sierva; pero ésta, sin desanimarse, le decía: “¿Por qué no me escuchas hoy? ¡Has hecho tanto por un alma sola!.. ¿Y no quieres salvar ésta? ¡Sálvala, Jesús, sálvala…! Está bien; pero Jesús, no hables así.. La palabra ‘abandono’ en tu boca, siendo como eres la misma misericordia, suena tan mal, que no debes decirla. Derramaste tu sangre sin medida por los pecadores, ¿y quieres ahora medir la cantidad de nuestros pecados?” El Señor, a fin de mostrar a su sierva los poderosísimos motivos que tenía para resistir, le manifestó una por una y con sus menores detalles las culpas de aquel pecador… “Lo sé, Jesús, lo sé. Muchas son sus faltas, pero más he cometido yo y me perdonaste. Sí, lo confieso, no merezco que me escuches. Pero te voy a presentar otra intercesora por mi pecador. Es tu misma Madre quien ruega por él. ¿Dirás ahora que no a tu Mamá? A Ella no le puedes decir que no. Ya puedes contestar que has perdonado a mi pecador.”… “Está salvado, está salvado, Jesús, venciste. Triunfa, triunfa siempre y triunfa así”.
“Apenas advierta en mí un poco de orgullo, por poco que sea, no espere; tome el tren rápidamente, traiga un cuchillo bien afilado y corra para cortarme la cabeza. No espere ni un solo minuto.” (Santa Gema Galgani a su director espiritual)
Visitaba un prelado a Santa Gema: Por obediencia, tuvo que presentarse; sólo que, antes de hacerlo, cuidó de agarrar un enorme gato que había en casa y se presentó ante el prelado con dicho gato en los brazos, acariciándole y haciéndole monerías. El prelado, que ignoraba por completo era aquella la primera vez que Gema tomaba en sus brazos semejante animal que lo había hecho buscando una humillación, cayó en el lazo. “Creía visitar a una santa y me encuentro con una idiota”, dijo. Le volvió la espalda y sólo tuvo para ella un gesto de desprecio. Eso era lo que buscaba la sierva de Dios. Volvió también ella jubilosa la espalda y con el gato en brazos se ausentó de la sala.
A quien estaba encargada de su cuidado:
“Tenga la bondad de no preguntarme nunca si quiero esto o aquello. No me vuelva a decir, te parece que salgamos; hagamos esta obra o la de más allá, sino dígame simplemente: Gema, vamos, Gema, haz o hagamos, sin pedir mi parecer o consejo.”
Dice el Padre Germán, su director espiritual:
“Cuando por la noche se acostaba, aunque rodeada de varias personas que hablaban entre sí, con que doña Cecilia le dijese: ‘Gema, necesitas descansar; duerme’, en el acto cerraba los ojos y dormía profundamente. Yo mismo quise una vez hacer la prueba. Encontrándome junto a su lecho a una con otros miembros de la familia, le dije: ‘Recibe mi bendición y duerme, que nosotros nos retiramos.’ No bien hube pronunciado tales palabras, cuando ya Gema, volviéndose del lado opuesto, se entregó a profundo sueño. Entonces me arrodillé y levantando conmovido los ojos al Cielo le ordené mentalmente que despertase. ¡Cosa admirable! Cual si la hubiese llamado a grandes voces, se despertó con su acostumbrada sonrisa en los labios. ‘¿Así es como se cumple la obediencia? Te he dicho que duermas’, le dije en tono de reproche. ‘No se moleste, Padre’, me respondió humildemente. ‘He sentido que me golpeaban a la espalda y que una voz me ha dicho: ‘Levántate que te llama el Padre’ ‘ Era su Ángel de la Guarda, que velaba a su lado.”
Cuenta el Padre Germán:
“Un día al levantarse de la mesa se presentó el demonio en la forma sucia y fea que tenía de costumbre y lleno de cólera la amenazó diciéndole que de todos modos la vencería. La púdica doncella palideció; alzó los ojos y las manos al Cielo y sin más reflexionar corrió desalada al jardín de la casa, en el que había un estanque bastante profundo de agua helada; hace la señal de la cruz y se arroja en él, quedando, como es fácil suponer, aterida de frío. Seguro que se hubiera ahogado si una mano invisible no la hubiera ayudado, sacándola del agua y haciéndole reaccionar de baño tan peligroso. También por este lado emuló Gema el generoso ardimiento de los más famosos atletas de la hagiografía cristiana, conquistándose el glorioso título de heroína de penitencia.”
“Padre, la mamá está enferma de gravedad y a mí se me ocurre una cosa que voy a proponerle. Cuando yo he estado mala ha sido ella para mí la solicitud personificada; en cambio, yo no puedo ahora mostrarle mi reconocimiento, pues carezco de medios para socorrerla. Y con todo… ¿no es este el momento más oportuno? Y estando la mamá gravísima ¿nada haré yo por quien tanto ha hecho por mí? Llevo ya ofrecidos algunos ligeros sacrificios… Tengo hechas algunas mortificaciones insignificantes, pero estos son obsequios de ningún valor, como todos los míos… Esta mañana, después de hablar con Jesús, he acudido al confesor con esta súplica: ‘¿Podría renunciar a mi vida para alargar la de mi pobre mamá?’ (¡Qué trueque tan feliz!). Pero él me ha respondido con una rotunda negativa. Entonces he vuelto a insistir: ‘Por lo menos podría regalarle dos años’. Me comprendió al punto y me ha contestado: ‘No hay inconveniente, a condición de que el Padre se avenga también a ello’. En aquel instante deseé atarme con esta promesa a este voto, pero no podía hacerlo sin primero obtener permiso del Padre. Dos para Serafina (una amiga) y dos para mamá, y aún más si fuere menester”.
“Jesús, te recomiendo mi mayor enemigo, mi mayor adversario. Guíalo, acompáñalo, y si tu mano debe descargar sobre él, descárgala sobre mí. Cólmale, Jesús, de bienes, no le abandones, consuélale. ¿Qué importa que a mí me abandones en mis dolores? Pero a él no; te lo recomiendo ahora y para siempre. Cólmalo de bienes; el doble de todo el mal que deseó hacerme. Y para mostrarte que le amo, mañana aplicaré por él la comunión. Acaso él pensará y deseará hacerme mal; en cambio, nosotros le deseamos mucho bien.”
“Medito cada día sobre la Pasión, pues si no lo hago paréceme que Jesús me dirige este reproche: Mira, hija mía, cómo expiré en la cruz; expiré víctima de amor por tantos pecados tuyos; considera mis penas como es razón… y niégame si puedes tan compasiva ternura que merezco. ¿Podrás olvidarte de lo mucho que he padecido por ti y de lo mucho que me debes? No niegues a mi corazón este consuelo que de ti espera”.
“Entiendo que no me has dado riquezas terrenas y perecederas, pero me has dado la verdadera riqueza que es el manjar eucarístico. ¿Qué mereciera yo si no consagrase todas mías ternuras a la sagrada hostia? ¡Oh!, sí; lo comprendo, Señor; para obligarme a merecer el Cielo, me lo das ya adelantado en la Tierra.”
“Sé muy bien, ¡oh Jesús! todo lo que puede, todo lo que vale tu manjar eucarístico… Sacramento Santo: recíbeme, recógeme…., cédeme una partecita de su sagrario para mi quietud y descanso. ¡Oh Jesús, amor mío, bien increado! ¿Qué sería de mí si no me hubieras rodeado de amorosos desvelos? Ábreme, Jesús, la puerta de tu corazón. Franquéame la entrada de tu pecho sacramentado. Yo te abro el mío de par en par: introdúcete en él, ¡oh divino fuego!... Abrásame, consúmeme, Jesús. Mas ya siento en mi interior un extraño incendio… ¡Pluguiese a Ti que todo me devorase!”
“Padre, es de noche, la mañana se acerca, yo poseeré a Jesús y Jesús me poseerá. ¿Cuándo he merecido semejante fortuna? No, Padre, ¿verdad que nunca? ¡Oh mi buen Jesús, verdadero Dios, único objeto de mis amores! ¡Oh qué felicidad… morirme después de recibiros! ¡Oh sí…, morirme en el éxtasis de la Sagrada Comunión!... ¡Qué ventura tan inefable! ¡Jesús, único amor mío, ven pronto, que te estoy aguardando!... ¡Dios mío!... os adoro; vuestro amor me está dando la muerte…, vuestro nombre soberanamente dulce lo tendré siempre en la mente, en mi corazón y sobre mis labios… ahora y siempre”.
“Estaría tranquila, pero la comunión me mete un poco de miedo. Temo hacerla mal por falta de preparación, a pesar de que empleo en prepararme la mayor parte de la noche.”
“La Comunión se trata de juntar dos extremos: Dios, que lo es todo, y la criatura, que es nada; Dios, que es luz, y la criatura, que es tiniebla; Dios, que es la santidad, y la criatura, que es el pecado. Trátase de sentarse a la mesa del Señor, ¿y puede haber para ello preparación suficiente?”
“¡Oh preciosos momentos los de la sagrada comunión! La comunión me parece una dicha comparable con la felicidad de los santos y de los ángeles. Ellos miran a Jesús cara a cara, seguros de no ofenderle y de no perderle ya; yo en estas dos cosas les envidio y querría ser su compañera; pero en lo demás me sobran motivos para saltar de júbilo, pues ya lo ve, Padre mío, Jesús entra cada mañana en mi corazón; Jesús se da del todo a mí, a cambio de no darle yo nada, nada absolutamente. Continuamente le pido gracias en tanto número que, a decir, verdad, temo causarle fastidio; pero Él me dice que no se lo causo.”
Una vez, para probar su virtud, Mons. Volpi (su confesor) le negó la comunión: “Padre, hoy a las cinco fui a condesarme y el confesor me prohibió que comulgase. Padre mío, la pluma no quiere escribir, la mano me tiembla, no puedo menos de llorar”. Su director escribe: “En efecto, estas palabras de la carta, que tengo a la vista para copiarlas, aparecen trazadas con mano convulsa.”
“¡Oh Jesús! ¿Qué haces? Después de lo mucho que por mí llevas hecho, ¿vienes a descubrirme tu Corazón? ¡Oh, si todos los pecadores llegasen a tu Corazón! Venid, pecadores, no temáis, que la espada de la divina justicia no llega acá dentro. Pero ¿cómo se explica, Jesús, que tu Corazón, tan bueno, tan santo, sea entre todos el más atormentado?... ¡Oh qué hermoso es tu Corazón!... ¡Oh Jesús, yo querría, querría que mi voz llegase a todos los confines del mundo para llamar a todos los pecadores y le diría que se metieran en tu Corazón!”
“¡Qué alegría se experimenta al abandonarse totalmente en los brazos de Jesús! ¡Se está tan bien con Jesús a solas!... El alma fiel se hace hija queridísima de Jesús y Él le abre los brazos y la estrecha contra su corazón…"
“Ya estamos en el mes de mayo. Yo pienso, pienso a todas las horas en los grandes beneficios recibidos de mi Mamá, desde mis primeros años, y toda me corro de haber mirado con tan poco cariño aquel tierno corazón y aquella mano tan bondadosa que me los concedían; y mucho más me avergüenzo de haber pagado con ingratitudes y pecados tales favores. ¡Oh sí… cuántas veces depositando ante la imagen de mi Mamá las penosas ansias de mi corazón agitado, ella me consolaba! Sí Padre mío. ¿Por qué no decirlo? Yo recuerdo que hallándome en las mayores angustias, huérfana de madre en la tierra, me tendió cariñosamente los brazos la Madre del Cielo.”
“Cierta noche dormía yo tranquila cuando vino el demonio con una instigación; yo instaba en la oración, santiguábame, etc., hasta que con sólo invocar a la Inmaculada Concepción quedé libre.”
“Madre mía, tengo miedo de ir en busca de Jesús sin Vos, porque, aunque misericordioso, sé que he cometido muchos pecados y sé también que Jesús es justo en el castigo. Os pido una cosa grande, ¿no es verdad, Madre mía? Pero ¿Qué he de hacer si lo que he perdido por mis pecados no lo hallo sino por mediación vuestra? Por lo demás, poco es lo que yo pido al lado de lo mucho que Vos podéis hacer por mí”
Viéndose privada de la compañía de Jesús, pregunta al director: “Dígame, ¿cómo lo haré para vivir separada de Jesús? Si se va Jesús, quiero tener conmigo a mi Mamá; quiero que, cuando menos, me escuche Ella. Si es que Jesús no me quiere ya, si a la postre he de vivir sin Jesús…, pero en manera alguna sin mi Mamá. ¡Oh mi Mamá, mi Mamá… te quiero mucho, por más que no te lo sepa demostrar!”
“¡Qué bella es la Comunión hecha con la Mamá del Paraíso! Ayer, ocho de mayo, la hice, Padre. Nunca había comulgado co la Mamá. ¿Y sabe cuáles eran los impulsos de mi corazón en aquellos momentos? Estas solas palabras: ¡Mamá, mi Mamá…, cuánto gozo en llamarte mi Mamá! Ya lo ves, mi corazón salta de alegría con tu recuerdo, lo mismo que al recuerdo de mi Jesús.”
“Hoy creía verme libre de aquella fiera bestia pero no ha sucedido así. Me dirigía al aposento para descansar cuando comenzó a descargar sobre mí tales golpes que creí me mataba. Tenía la figura de un perrazo negro; me puso las patas sobre la espalda, atormentándome tanto que parecía me trituraba los huesos. Hace tiempo también que al tomar agua bendita me dio tan fuerte golpe en el brazo que me lo descoyuntó, cayendo en tierra presa de intensísimo dolor; pero todo se remedió muy pronto, porque Jesús me tocó con su mano y al punto quedé curada.”
Superada en cierta ocasión una terrible prueba del demonio, dice: “Apenas me puse de rodillas se me presentó Jesús y me entretuve con Él largo rato. Le pregunté dónde había estado. ‘A tu lado’ me contestó. ‘¡Oh Jesús mío! Mucho me ha dado qué sufrir aquella bestia infernal, y debo estar llena de pecados con lo mucho que te habré ofendido’, le dije. ‘No, hija mía; no me has disgustado en lo más mínimo, puesto que en nada has consentido’, me respondió Jesús. Me he solazado con Jesús todo el resto de la noche…”
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