
El hecho guardaba relación con el proceso contra Bonifacio VIII y con el de los templarios, pues en conjunto constituían un plan de desestabilización: un obispo, un papa y toda una orden religiosa habían terminado bajo la acusación de gravísimos agravios, como la herejía y la brujería, lo cual demostraba que la Iglesia de Roma estaba impregnada de corrupción en todo su cuerpo. Los juristas de Felipe el Hermoso proyectaron exhumar el cadáver de Bonifacio VIII con el propósito de someterlo a un proceso público, a cuyo término sería quemado bajo la acusación de herejía, blasfemia y brujería. La quema del papa difunto pondría a toda la Iglesia en una posición de ilegalidad: todo el pontificado de Bonifacio VIII quedaría invalidado, y todo lo sucedido tras la abdicación de Celestino V, incluida la propia elección de Clemente V, quedaría en consecuencia anulado. Con el Colegio Cardenalicio dividido y la fidelidad de buena parte de los obispos franceses en su favor, Felipe el Hermoso amenazaba con un cisma que separaría a la Iglesia de Francia de la de Roma. Clemente V se encontró ante un terrible dilema: tenía que elegir entre condenar la orden del Temple, como pretendía el soberano, o bien salvarla, con lo que tendría que afrontar la quema de Bonifacio VIII en la hoguera y el cisma de la Iglesia francesa con todas sus funestas consecuencias.
El pontífice escogió salvaguardar la integridad de la institución de la que era responsable y, para ello, sacrificar una parte con el fin de salvar el todo. La orden del Temple ya había sido destruida en la realidad concreta, derrumbada por la ola del escándalo y la difamación. Muchos frailes habían muerto en las prisiones del rey y muchos otros habían perdido para siempre la motivación. En la primavera de 1312 se reunió en Viena un concilio ecuménico que, entre otras cosas, debía decidir la suerte de la orden templaria; al pontífice no se le ocultaba que el juicio era extremadamente controvertido y que una buena parte de los padres conciliares se oponía a su condena. Tras una prolongada reflexión, le pareció que sólo había una manera de resolver la cuestión si se quería conjurar escándalos irreparables y servir al interés de la cruzada: evitar el pronunciamiento de un veredicto (definitiva sentencia) y adoptar en cambio una disposición administrativa (provisio), es decir un acto de autoridad necesario por razones de orden práctico. Gran experto en derecho canónico, buscó un recurso para no condenar la orden del Temple, de cuya inocencia estaba convencido, al menos en lo relativo a las acusaciones más graves: en la bula Vox in excelso, el papa declaró que la orden no podía ser condenada por herejía, y que por eso era “clausurada” mediante una providencia administrativa y sin veredicto, con el fin de evitar un grave peligro para la Iglesia.
Los bienes de los templarios fueron devueltos a la otra gran orden religiosa militar de los hospitalarios: de esa manera quedaban protegidos de la avidez de la corona francesa y podían servir todavía para la recuperación del Sepulcro de Jerusalén, motivo por el que tantas personas habían donado en el pasado sus bienes al Temple. Felipe el Hermoso no aceptó de buen grado esa decisión; de todos modos, finalmente los hospitalarios pudieron quedarse con una parte considerable de lo que había sido el patrimonio del Temple. El final de la orden templaria no era justo, pero resultaban históricamente oportuno: había que aplacar el escándalo que había provocado el proceso y disipar la duda que las confesiones de los templarios habían motivado; a causa de este escándalo la orden se había vuelto odiosa a los soberanos y a todos los católicos, por lo que ya no se encontraría un hombre honesto dispuesto a hacerse templario. En todo caso, la orden se había vuelto inútil para la causa de la cruzada, que era para lo que se la había creado, y además, si no se tomaba pronto una decisión al respecto, el rey dilapidaría rápidamente los bienes del Temple. Por tanto, Clemente V decidía “quitar de en medio” la orden de los templarios absteniéndose de emitir una sentencia definitiva. Pero prohibía que se continuara empleando el nombre, el hábito y los signos distintivos del Temple, so pena de excomunión automática para quien osase proclamarse templario en el futuro.

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